16.2.17

la misión del poeta


NERUDA
data: http://www.imdb.com/title/tt4698584

Pablo Larraín se metió con uno de los íconos de su país, el poeta Pablo Neruda. Y hay que reconocer que se arriesgó a buscarle la vuelta al personaje para sacarlo de la corrección política, de la biografía del manual escolar. “Neruda” recibió muchos palos en Chile. Y se entiende. Larraín se ha animado a surtir mandobles a izquierda y derecha. Tomó el personaje y le quitó el bronce. Indagó a partir de su figura, en el conflicto que llevó a Chile a la dictadura de Pinochet; reflexionó sobre la creación y la ficción; se preguntó cuál fue la función de Neruda y porqué hizo lo que hizo. “Neruda” podrá tener sus baches, cierta verborragia literaria; pero, en nuestra opinión, Larraín superó las expectativas con una muy buena película. Excelente fotografía, dirección de arte, diálogos brillantes, frases para recordar. Y muchas líneas para reflexionar sobre Neruda, i.e. sobre Chile.

Larraín toma a Neruda en un momento particular de la historia de su país: tras la Segunda Guerra Mundial, en plena Guerra Fría, el gobierno de González Videla proscribió a los comunistas (presidente que el comunismo ayudó a elegir, cabe señalar). El entonces Senador Neruda es la figura comunista más prestigiosa. El pase a la clandestinidad del partido, inicia una cacería contra el poeta. Esa persecución es la que describe “Neruda”. Y para describirla, Larraín disfraza a la película de policial negro, inventando un policía que persigue al poeta y que entroniza como narrador en off (como en todo buen policial que se precie de tal).



El Neruda de Larraín es un burgués acomodado, viviendo de su esposa, argentina y aristócrata, amado por hombres y mujeres, persiguiendo prostitutas desnudas en los burdeles trasandinos y recitando con tono quejoso la cantilena de “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” que sus admiradores le piden y escuchan embobados. El Neruda de Larraín es un burgués satisfecho que, como toda izquierda latinoamericana, se entretiene en sus chicanas intelectuales regodeándose del dolor ajeno.

La primera visión crítica de Larraín es a ese juego de la política que encarnan la derecha y la izquierda chilena, esa danza de contramarchas donde hasta la insolencia es un signo de admiración. Debajo de esas esgrimas leguleyas, hay un Chile postergado que busca su lugar con enojo. No es sólo el personaje de Óscar Peluchonneau, el policía que persigue a Neruda, hijo ilegítimo (“hijo de la infección venérea”); también el de Álvaro Jara o la militante borracha que increpa a Neruda. Es también, el nombre citado al pasar, el militar de bajo rango que está a cargo de la cárcel y la represión de los comunistas en el sur del país, un tal Augusto Pinochet.

Mientras las clases altas y los intelectuales juegan su guerra de palabras, debajo de la superficie se adivina una auténtica tensión de clases, una violencia subterránea que busca su lugar en la superficie. Ellos gobernarán el Chile del futuro. Los Alessandri, los Neruda, los Gonzalez Videla dejarán su lugar al Pinochet, al terrateniente que no quiere pagar impuestos, al Jara, a los violentos de la plebe. Su violencia no tendrá la estilizada forma de los salones europeos; tendrá el trazo grueso y básico de la barbarie sudamericana.



Otra reflexión que sobrevuela en el guion de “Neruda” es la pasión de Chile por sus poetas. Larraín comenta en un reportaje el rol prioritario que tiene el poeta en Chile. Gabriela Mistral, Neruda, Parra, Huidobro, entre tantos otros. En “Neruda” se observa esa pasión futbolera, esa adoración que el chileno común tiene con Neruda, con el poeta, con el hombre que pone en palabras lo que ellos sienten. Y es otra de las tesis del filme, puestas en palabras por el personaje del policía, en el final: “El poeta les dio sus palabras para que ellos pudieran contar su vida. Su vida dura. Y esas palabras le dieron sentido a sus sueños terribles. Por eso lo hizo. Para que pudieran hablar. Ahora lo pueden citar cada vez que los pise la Historia”.

Ésa es la mirada central: el burgués voluptuoso y afecto a la buena vida, comprende cuál es su rol en la historia de su nación y le rinde culto a esa misión, con su conducta final. Sabe que él es la voz de un pueblo sin voz. Los hechos están: pero el Poeta les da un nombre. Y al nombrarlo, existen. Por eso el Poeta es más grande que Neruda. Porque es la voz de su pueblo.



Hay otra idea menor, muy literaria y citada, la duda entre ficción y realidad, el personaje que se cree real y que se pregunta si es un invento o una realidad. Es la menos rica de las reflexiones del filme. Y no por casualidad, lo más débil de “Neruda” sucede cuando se explora este tema.

La fotografía de Sergio Armstrong es vital para dotar de textura a las imágenes de “Neruda”. Una película donde la palabra es decisiva, no puede dejar atrás a las imágenes, cargadas de la estética sombría del policial negro.

Luis Gnecco como Neruda, carga con la historia y el protagonismo, en una excelente actuación llena de sutilezas. Es más plano lo de Gael García Bernal (tal vez por los clichés del personaje). Mercedes Morán está en el registro habitual de los actores argentinos que hace tiempo dejaron de ver la sutileza como una virtud.

“Neruda” es una buena película, aún con sus baches (que los tiene). Pero nos deja reflexionando y pensando. Esperamos con ansías el próximo estreno de Larraín, “Jackie”, el biopic de la ex Primera Dama de la Casa Blanca.

Mañana, las mejores frases.

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